Todo fue un desafío en ese viaje: el idioma iba mutando de estación en estación, junto con las costumbres y los husos horarios. Los olores eran diferentes conforme avanzábamos, casi tanto como la religión o la ropa que veíamos pasar al lado. A veces el menú del restaurante era imposible de descifrar, y el mozo por más que se esforzaba no nos entendía. Y cuando decía “sin carne, por favor” su mundo se revolucionaba y caía en pedazos.
El conflicto más interesante fue cuando llegamos a China. Realmente el mundo tal y como lo conocía dio un vuelco de 360 grados y me enfrenté al desafío más grande que he tenido en los últimos años. No solo el olor a todo es diferente, sino la forma de alimentarse, de moverse, de transitar el mismo sitio era diferente.
En la calle hay puestos de comida por todos lados. Arroz, pescados, bichos encerrados. Colores, olores, ruidos. La comida habla, los carteles hablan, la gente grita, el tofu resulta en un punto insoportable. Hay gente que fuma en lugares cerrados, y están los que se sientan en la vereda y mastican a boca abierta cosas que cuelgan de un palito que podría ser de helado. No hay agua para acompañar tu manjar, sino té. El olor, el olor a tofu negro no puedo borrarlo de le memoria sensitiva que tengo a flor de piel mientras estoy escribiendo.
Tampoco puedo evitar sentir de nuevo el ruidito de las pesuñas de pollo que sacó de una bolsa el señor que se sentó a mi lado en el tren. Todo es diferente, y yo tengo que sobrevivir un mes aquí, vaya uno a saber comiendo qué.
Tengo que admitir que creía que iba a gozar como nunca y a nadar en mares de arroz frito con verduritas de estación cuando llegara a China. Pero no señores, no. La comida que aquí tenemos, no es la misma que consume el pueblo en su país de origen. Y yo, gringa ingenua, me deje engañar por mis ganas de replicar mis costumbres y formas de alimentarme en un lugar extraño.
Ahora entiendo, que viajar es aprender a ser de nuevo. Es desprenderte de tus creencias, de tus formas de ver y vivir el mundo, y entregarte de lleno a transitarlo como lo ven otros. ¿Quién soy yo para querer imponer mi forma frente a ellos?